Lo que más me gusta del mundo mundial es la pelotita especial, bueno también me gustan los palitos y los huesos, aunque no tengo dientes, me gusta morder y el sabor que deja en mis encías, además huelen muy bien, excepto cuando pasan los días y el aroma se marcha.
Aunque hablando de olores, no puedo resistirme a los calcetines, cuando oigo abrir la puerta de la lavadora, salgo corriendo a ver si puedo conseguirlos, a veces cojo alguno que se cae y si mamá no se da cuenta, lo escondo por el sillón, pero al final siempre acaba pillándome y dice que entre la lavadora que se los come y yo que los escondo, no consigue reunir ni un solo par. ¿A la lavadora también le gustan los calcetines? Pero ella se los come y yo solo los quiero para jugar con ellos.
Pero bueno volvamos a la pelotita, todo empezó un día en el que Lu estaba cansada de tirarme la pelota amarilla por el pasillo, yo corría veloz, todo lo veloz que se pudiera correr en un pasillo de un piso mediano, claro. El límite la puerta, como el suelo es resbaladizo, cuando la veo próxima, dejo de correr y mis patas deslizan por el suelo y ¡poom! En un movimiento rápido y ágil, me giro y dejo que mi culo amortice el impacto con la puerta. Puede sonar algo extraño y de hecho suena pues mamá siempre grita: ¡Cuidado! No sé si lo hace por mí o por la puerta, pero después de cogerla vuelvo para que Lu me la vuelva a tirar, a veces no tiene muy buena puntería y la lanza al techo o a las paredes, otras se me escapa a mí y en vez de dársela, la pelota rueda hasta meterse debajo del sillón, allí no me gusta pues aunque la huelo y sé que está allí, no consigo que mis patas la cojan, es entonces cuando necesito que alguien lo haga por mí. Nunca falla, cogen la escoba y la sacan. Bueno ese día, era especial, pues Lu estaba ya cansada de tirarme la pelota y yo quería seguir jugando, así que como adiviné que ella no quería, me puse pesada como hago siempre que quiero seguir jugando y entonces a ella se le ocurrió coger una cosa negra, de repente, en el suelo, apareció la magia. Había un puntito rojo, como una pelotita pequeña, minúscula, yo intentaba cogerla pero ella se movía, se resistía. Lu empezó a reírse, le hacía gracia verme intentando coger aquella pelotita, pero es que por mucho que lo intentaba, no lo conseguía, cuando ya creía que la tenía, se escapaba. Se movía rápido, de un lado del pasillo a otro, e incluso subía por las paredes, ni allí conseguía cogerla. De pronto paraba, ¡ya eres mía!, pensaba, pero no, volvía a moverse, volvía a escapar. Al final cuando la lengua ya me arrastraba por el suelo, desaparecía. Lu dejaba esa cosa negra que llevaba en la mano y la pelotita se había esfumado como por arte de magia.
No volví a saber más de la pelotita mágica, hasta al día siguiente, cuando Lu volvió del instituto y volvimos a jugar de nuevo, entonces, volvió a coger eso negro y la pelotita apareció. Corría y corría, lo mejor era que nunca desaparecía debajo del sillón, se podía poner encima pero no debajo de él, en las paredes, pero lo mejor era que corría más que yo por el suelo, también encima de las sillas, eso era muy divertido, pues cuando yo pensaba que ya la tenía, desaparecía para estar debajo, ¿cómo lo hacía?
Volvíamos a jugar, con la pelota amarilla, pero a mí la que verdaderamente me gustaba era la pelotita mágica.