16. La pelotita mágica

Lo que más me gusta del mundo mundial es la pelotita especial, bueno también me gustan los palitos y los huesos, aunque no tengo dientes, me gusta morder y el sabor que deja en mis encías, además huelen muy bien, excepto cuando pasan los días y el aroma se marcha.

Aunque hablando de olores, no puedo resistirme a los calcetines, cuando oigo abrir la puerta de la lavadora, salgo corriendo a ver si puedo conseguirlos, a veces cojo alguno que se cae y si mamá no se da cuenta, lo escondo por el sillón, pero al final siempre acaba pillándome y dice que entre la lavadora que se los come y yo que los escondo, no consigue reunir ni un solo par. ¿A la lavadora también le gustan los calcetines? Pero ella se los come y yo solo los quiero para jugar con ellos.

Pero bueno volvamos a la pelotita, todo empezó un día en el que Lu estaba cansada de tirarme la pelota amarilla por el pasillo, yo corría veloz, todo lo veloz que se pudiera correr en un pasillo de un piso mediano, claro. El límite la puerta, como el suelo es resbaladizo, cuando la veo próxima, dejo de correr y mis patas deslizan por el suelo y ¡poom! En un movimiento rápido y ágil, me giro y dejo que mi culo amortice el impacto con la puerta. Puede sonar algo extraño y de hecho suena pues mamá siempre grita: ¡Cuidado! No sé si lo hace por mí o por la puerta, pero después de cogerla vuelvo para que Lu me la vuelva a tirar, a veces no tiene muy buena puntería y la lanza al techo o a las paredes, otras se me escapa a mí y en vez de dársela, la pelota rueda hasta meterse debajo del sillón, allí no me gusta pues aunque la huelo y sé que está allí, no consigo que mis patas la cojan, es entonces cuando necesito que alguien lo haga por mí. Nunca falla, cogen la escoba y la sacan. Bueno ese día, era especial, pues Lu estaba ya cansada de tirarme la pelota y yo quería seguir jugando, así que como adiviné que ella no quería, me puse pesada como hago siempre que quiero seguir jugando y entonces a ella se le ocurrió coger una cosa negra, de repente, en el suelo, apareció la magia. Había un puntito rojo, como una pelotita pequeña, minúscula, yo intentaba cogerla pero ella se movía, se resistía. Lu empezó a reírse, le hacía gracia verme intentando coger aquella pelotita, pero es que por mucho que lo intentaba, no lo conseguía, cuando ya creía que la tenía, se escapaba. Se movía rápido, de un lado del pasillo a otro, e incluso subía por las paredes, ni allí conseguía cogerla. De pronto paraba, ¡ya eres mía!, pensaba, pero no, volvía a moverse, volvía a escapar. Al final cuando la lengua ya me arrastraba por el suelo, desaparecía. Lu dejaba esa cosa negra que llevaba en la mano y la pelotita se había esfumado como por arte de magia.

No volví a saber más de la pelotita mágica, hasta al día siguiente, cuando Lu volvió del instituto y volvimos a jugar de nuevo, entonces, volvió a coger eso negro y la pelotita apareció. Corría y corría, lo mejor era que nunca desaparecía debajo del sillón, se podía poner encima pero no debajo de él, en las paredes, pero lo mejor era que corría más que yo por el suelo, también encima de las sillas, eso era muy divertido, pues cuando yo pensaba que ya la tenía, desaparecía para estar debajo, ¿cómo lo hacía?

Volvíamos a jugar, con la pelota amarilla, pero a mí la que verdaderamente me gustaba era la pelotita mágica.

11. Las redes sociales de los perros.

Los perros también tenemos nuestras propias redes sociales, aunque es evidente que son muy distintas a las vuestras. Para empezar se llaman HP: huellas de perros o HC: huellas de cachorros.

En todo buen paseo que se precie, siempre elegimos una zona, un sitio donde todos dejamos nuestra huella, así los perros que pasen después saben que ya hemos paseado, además por nuestro sentido del olfato podemos detectar lo que cada uno ha comido, si estaba contento o triste, si estaba malo e incluso si tiene parásitos.

Cuando paseábamos la primera zona era un triángulo de césped para los cachorros o como le llamamos la HC, ahí sabíamos si había nuevos olores, la raza que era y qué tal estaba.

Luego cruzábamos la carretera, el siguiente triángulo de césped era el de los perros adultos o la HP. Aunque en este todavía no podía dejar mi huella, sí que podía entrar en él y oler los perros que habían pasado por delante de mí, así sabía si Ojitos saltones ya había paseado o si Kika había estado jugando con las piedras.

También tenemos nuestro sistema de correo, cuando un perro quiere dejar un mensaje para los demás, mea en una rueda. Tengo que decir que este sistema lo utilizan mayoritariamente los perros cuando buscan novia. Si alguna le resulta interesante responde meando cerca de la rueda, para que cuando pase sepa que está disponible. Es otra forma de comunicarnos.

Aunque la mayoría de los amigos que he conocido no son de raza pura, también conozco a algunos que sí lo son , ellos dicen que son de raza como si eso fuera algo extraordinario, aunque yo los veo a todos muy parecidos; sin embargo los que somos mestizos porque no somos de raza sí que somos únicos, pues la mezcla de tantas razas hace que cada una de ellas nos deje alguna peculiaridad, rareza o singularidad, además yo no les veo nada especial pues mean y cagan como nosotros, van con correa y también siguen a su amo. Debe de ser porque los tratan como trataban a Mimí, porque siempre llevan abrigos o suéter, aunque huelen a perro mezclado con otros olores.

He conocido a un trío presumen de ser de raza pura, son tres chihuahuas y se llaman: Duque, Princesa y Barón. Sus nombres son más grandes que ellos. Se las dan de finos y no les gusta acercarse a los demás, pero yo los veo con las mismas ganas de jugar que todos nosotros. Así que si ellos lo dicen, serán de raza pura, aunque yo no entienda muy bien de qué va eso.

¡Ah! Y también dejan sus huellas en nuestras redes sociales.

Aquí escribiendo mi blog
Nube Lengualarga

7. Mi nuevo hogar

Marché con ellas al nuevo hogar. Olían muy bien y no dejaban de acariciarme, así que no tenía nada que temer.

La joven me dejó en el suelo, estaba frío y había muchos olores que no conocía, de repente se abría ante mí todo un pasillo, pero yo solo podía llorar, porque ni mamá ni mi hermana estaban allí y para colmo de males, ¡me dolía la tripa! Di unos cuantos pasos, pero noté que algo se movía en mi cuerpo y necesitaba salir por algún sitio, así que abrí la boca y se escapó todo aquello que quería salir, los trozos de pan, las golosinas de los niños, algo de pienso. ¡Uff! Todo olía fatal, intenté devolverlo al estómago, pero no había quien se lo volviera a comer. Así que seguí llorando mientras la mujer empezó a correr de un sitio para otro, y a chillar, la chica mientras me apartaba de todo aquello y me volvía a coger en su regazo. La mujer cogió mucho papel y recogió, aquello, luego con un palo muy gracioso que tenía cintas que se mojaban en el agua y olían muy bien, acabó de limpiar aquello, ya estaba más calmada porque había dejado de gritar. Luego se acercó a mí y me dijo: Vaya entrada triunfal, su voz volvía a ser dulce, pero yo también pensaba que no había ido muy bien la cosa, solo pude ponerle mi mejor carita de perrita buena y a mi modo le dije: Lo siento.

Después sacaron un almohadón se estaba muy blando, una manta y lo pusieron todo dentro de un barreño, y ahí me colocaron. Mientras yo me acoplaba, ambas me miraban, cuando ya estaba metida y enrollada dentro de aquel barreño, la joven dijo:

–Mamá, ¿te parece bien si la llamamos Nube?

–¿Nube? – dijo la madre

–Sí, porque es blanca y suave, como deben de ser las Nubes.

Me gustó la explicación de la chica y el nombre también me gustaba, las nubes estaban en el cielo, yendo de un lado para otro, como yo. Sí, a mí me gustaba ese nombre, así que con un lametazo le hice saber que me gustaba.

–Creo que le gusta mamá, me ha dado un besito. –dijo la joven.

–Pues bien, si ambas estáis de acuerdo por mí, no hay problema, me gusta Nube.

Se acercó a mí y me dijo:

–Muy bien, Nube, yo soy Mayte. A lo que la joven enseguida dijo: Y yo me llamo Lucía y este será tu nuevo hogar.

Las dos me acariciaron y me sentí feliz, no tenía dudas, allí junto a ellas podríamos ser las tres muy felices.

3.¡Un mundo de perros!

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Al amanecer, unos niños pasaron junto al saco y al ver que aquello se movía, no pudieron aguantar más su curiosidad y lo abrieron.

¡Por fin libres!, pensamos todos y empezamos a salir uno a uno, la última mi madre, que con un ladrido nos indicó que no nos alejáramos mucho de ella. Aquellos niños, nos acariciaban, nos fueron cogiendo uno a uno y nos observaban, miraban si éramos machos o hembras, si teníamos manchas y cuál de todos nosotros teníamos la cara más graciosa, yo intenté poner cara de buena, pero no debió de salirme muy bien, pues luego se marcharon para volver con su madre y entre los tres eligieron a mi hermano, llevándoselo con ellos.

Mi madre no hizo nada, sabía que él estaría bien.

Después de eso, oímos cómo se abría la verja que había detrás del saco, un coche estaba a punto de pisarnos, pero mi madre fue rápida y empezó a ladrar, como nunca antes la había escuchado. El muchacho que iba en el coche la oyó, paró y salió para ver qué estaba pasando, junto a mi madre descubrió el saco y dentro a todas nosotras, marchó dentro de la verja y volvió con una gran caja, donde nos fue colocando una a una con mucho cuidado, al coger a mi hermana, se dio cuenta que tenía rota la patita así que con cuidado la separó del resto y nos llevó dentro de aquel recinto que estaba tras la verja. Nos puso a todas juntas dentro de una caja en una jaula, luego cogió a mi hermana y se la llevó, pero no tardó mucho en volver, le había vendado la pata, mi hermana lloraba menos, ahora solo necesitaba tiempo para curarla. Pensé: ¡qué suerte hemos tenido, ya tenemos nueva casa!

Cuando el chico se marchó, mamá nos dejó salir a husmear por la jaula, olía a muchos perros que, seguramente como nosotras, habían pasado por allí hacía tiempo, porque los olores no eran recientes.

Junto a nuestra jaula había otra y otra y muchas más, algunas estaban vacías, pero lo normal es que en ellas hubiera de uno a tres perros.

¡Éramos muchos! Aquello era… ¡un mundo de perros!

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2. Mil leches

Ahora empezaremos por el principio, cómo llegué a formar parte de esta familia de humanas.

Todo empezó cuando mi madre Linda que era una preciosa perrita Jack Russell terrier, se fue de vacaciones con sus dueños a Canarias y en aquellas hermosas playas conoció a mi padre, un perro cuyo cruce de razas lo había convertido en un ejemplar único en el mundo. Si os lo tuviera que describir sería bastante complicado, pues yo no lo he conocido y de mi madre solo he conseguido sacar un suspiro y una única palabra para describirlo: ¡guapo! Así que solo os diré que mi padre era un perro muy guapo. Bueno, también sé de él que no tenía dueños, por lo tanto su vida era toda una aventura, no tenía sitio fijo donde dormir, comía los restos de comida que encontraba por los restaurantes y lo único que poseía, era la libertad de ir donde quisiese. No era un perro vagabundo, era un perro libre. Esa libertad y la mezcla de razas hicieron que mi madre quedara rendida a sus encantos, enamorándose perdidamente de él y olvidando a los futuros candidatos de pura raza que la esperaban. Porque aunque no os lo creáis, ¡los perros también nos enamoramos!

Los dueños de mi madre tenían su futuro planeado y este pasaba por unirla con un macho Jack Russell terrier, para criar una hermosa camada con pedigrí que luego venderían. Todo estaba planeado y calculado, excepto el enamoramiento de mi madre. Así que cuando volvieron de sus vacaciones, observaron que mi madre, Linda traía su propio equipaje y ese no sería otro que seis hermosos cachorros, bueno cinco cachorritas y un cachorro. El problema era, que a los ojos de los dueños de mi madre no éramos tan preciosos o más bien tan rentables, pues aunque mi madre tenía pedigrí mi padre no era el esperado, así que dimos al traste con sus planes y tan pronto hicieron cuentas, nos largaron.

Una noche nos metieron a todos en un saco y pensaron durante unos minutos qué hacer con mi madre, pero al final decidieron que ella también estaba incluida en el lote, pues después de haber tenido una camada necesitarían mucho más tiempo del esperado para volver a criar, así que la metieron con nosotros en el saco  que unos minutos después  lanzaron ante la puerta de una protectora.

El golpe fue duro, para qué os lo voy a negar, mamá amortiguó lo que pudo pero sin querer, en la caída, aplastó a una de mis hermanas. Al principio parecía que todo se había quedado en un susto, luego cuando poco a poco conseguimos salir del saco, mi hermana se había roto la patita y no paraba de llorar, estuvimos esperando toda la noche, teníamos frío, pero mamá intentaba cobijarnos a todos y muy juntitos pasamos la noche como pudimos. La aventura no había hecho más que empezar.