Un día apareció un chico que se fijó en mamá, le hizo algunas pruebas y debió de hacerlas bien, pues le dijo que volvería a por ella. Por aquel entonces solo quedábamos mi hermana y yo. Ese mismo día, nos lavaron a las dos, y nos pusieron dentro de una jaula, mamá nos dijo que no teníamos nada que temer, que estaríamos bien, pero yo la notaba muy inquieta. Nos subieron a una furgoneta y junto a otros perros y gatos, nos fuimos de viaje. La jaula se movía mucho, los perros de las otras jaulas no paraban de ladrar, en la nuestra había tres cachorros más que no se estaban quietos y por eso nos pisaban cada vez que la jaula se iba de lado a lado. Parecía que aquel viaje no acabaría nunca, mi hermana y yo intentábamos no separarnos, estábamos juntas en una esquina de la jaula. Mientras estuviéramos juntas, todo iría bien.
De repente, la furgoneta dejó de hacer ruido, los ladridos cesaron y todos se quedaron quietos. Se abrió la puerta, cogieron la jaula y nos pusieron en un sitio donde había mucha gente, bueno, y muchos perros también. Los niños se acercaban a vernos, algunos nos daban pan, otros golosinas; yo me lo comía todo, mi hermana no. Los otros cachorros intentaban coger lo que los niños traían, pero no llegaban siempre a tiempo porque yo me adelantaba. Mi hermana y yo seguíamos juntas en una esquina de la jaula, había mucho ruido y eso nos inquietaba, pero recordábamos a mamá que nos había dicho que no pasaría nada, así que ambas estábamos un poco más tranquilas pensando en que mamá nunca se equivocaba.
Sin darme cuenta unas manos me acariciaron, eran suaves, tiernas, y sin saber por qué me puse a lamerlas. Sabían a dulce. Pero no quise separarme de mi hermana y esas manos desaparecieron.
Estábamos bastantes cansadas, queríamos a dormir, pero era imposible, cuando ya estábamos a punto, nos tocaban y nos despertaban, también los otros cachorros, no paraban ni un momento quietos y no nos dejaban descansar. El ruido, los olores todo era demasiado para nuestros sentidos de cachorrillas. Tanto mi hermana como yo, no dejábamos de temblar, solo queríamos volver con mamá y descansar todas juntas.
Cuando el ruido empezó a cesar y los olores a dispersarse, alguien cogió la jaula y de nuevo nos introdujeron a la furgoneta, el ruido del motor nos alertó de que nos pusiéramos en una esquina mi hermana y yo, pues con el movimiento, los demás volverían a caer sobre nosotras. Pero no, la puerta se abrió y volvieron a sacar la jaula, unas manos cogieron a mi hermana, cuando yo me disponía a llorar, la volvieron a meter dentro para cogerme esta vez a mí, me pusieron en los brazos de alguien, yo solo podía llorar y también oía llorar a mi hermana, pero de nuevo las manos con un sabor dulce me acariciaron, me elevaron y entonces pude ver su rostro, sus grandes ojos verdes y su sonrisa, sin parar de acariciarme me decía que no debía temer, que ella y su hija me cuidarían. Y como mamá, ella también me decía que todo iría bien.
La furgoneta volvió a rugir, llevándose dentro de ella a mi hermana, pero a mi vida llegó una nueva madre y hermana, algo diferentes, ¡humanas!