6. El viaje

Un día apareció un chico que se fijó en mamá, le hizo algunas pruebas y debió de hacerlas bien, pues le dijo que volvería a por ella. Por aquel entonces solo quedábamos mi hermana y yo. Ese mismo día, nos lavaron a las dos, y nos pusieron dentro de una jaula, mamá nos dijo que no teníamos nada que temer, que estaríamos bien, pero yo la notaba muy inquieta. Nos subieron a una furgoneta y junto a otros perros y gatos, nos fuimos de viaje. La jaula se movía mucho, los perros de las otras jaulas no paraban de ladrar, en la nuestra había tres cachorros más que no se estaban quietos y por eso nos pisaban cada vez que la jaula se iba de lado a lado. Parecía que aquel viaje no acabaría nunca, mi hermana y yo intentábamos no separarnos, estábamos juntas en una esquina de la jaula. Mientras estuviéramos juntas, todo iría bien.

De repente, la furgoneta dejó de hacer ruido, los ladridos cesaron y todos se quedaron quietos. Se abrió la puerta, cogieron la jaula y nos pusieron en un sitio donde había mucha gente, bueno, y muchos perros también. Los niños se acercaban a vernos, algunos nos daban pan, otros golosinas; yo me lo comía todo, mi hermana no. Los otros cachorros intentaban coger lo que los niños traían, pero no llegaban siempre a tiempo porque yo me adelantaba. Mi hermana y yo seguíamos juntas en una esquina de la jaula, había mucho ruido y eso nos inquietaba, pero recordábamos a mamá que nos había dicho que no pasaría nada, así que ambas estábamos un poco más tranquilas pensando en que mamá nunca se equivocaba.

Sin darme cuenta unas manos me acariciaron, eran suaves, tiernas, y sin saber por qué me puse a lamerlas. Sabían a dulce. Pero no quise separarme de mi hermana y esas manos desaparecieron.

Estábamos bastantes cansadas, queríamos a dormir, pero era imposible, cuando ya estábamos a punto, nos tocaban y nos despertaban, también los otros cachorros, no paraban ni un momento quietos y no nos dejaban descansar. El ruido, los olores todo era demasiado para nuestros sentidos de cachorrillas. Tanto mi hermana como yo, no dejábamos de temblar, solo queríamos volver con mamá y descansar todas juntas.

Cuando el ruido empezó a cesar y los olores a dispersarse, alguien cogió la jaula y de nuevo nos introdujeron a la furgoneta, el ruido del motor nos alertó de que nos pusiéramos en una esquina mi hermana y yo, pues con el movimiento, los demás volverían a caer sobre nosotras. Pero no, la puerta se abrió y volvieron a sacar la jaula, unas manos cogieron a mi hermana, cuando yo me disponía a llorar, la volvieron a meter dentro para cogerme esta vez a mí, me pusieron en los brazos de alguien, yo solo podía llorar y también oía llorar a mi hermana, pero de nuevo las manos con un sabor dulce me acariciaron, me elevaron y entonces pude ver su rostro, sus grandes ojos verdes y su sonrisa, sin parar de acariciarme me decía que no debía temer, que ella y su hija me cuidarían. Y como mamá, ella también me decía que todo iría bien.

La furgoneta volvió a rugir, llevándose dentro de ella a mi hermana, pero a mi vida llegó una nueva madre y hermana, algo diferentes, ¡humanas!

4. En un lugar extraordinario llamado: Perrera.

A media mañana empezó a llegar gente, a ese lugar que llamaban: Perrera. Apareció una chica que llevaba una bata blanca y vino directa a nuestra jaula, allí, primero cogió a mamá, se la llevó con ella y todas nosotras nos asustamos, ¿por qué se llevaba a mamá?, pero no tardó en regresar junto con la chica de la bata blanca, venía contenta meneando el rabo y supimos que no le había hecho nada, cuando abrió la puerta todas corrimos hacia mamá que nos fue lamiendo una a una, para tranquilizarnos, luego la chica, me cogió, miré aterrada a mamá pero ella ponía cara de aprobación así que me dejé acariciar y me fui tranquila con ella.

Me llevó a una sala que estaba muy fría, pero como me tenía en brazos me daba calor, estuvo mirándome de arriba abajo, luego me dio algo que estaba malo, pero me hizo cosquillas entre las orejas y eso me gustó mucho, después me trajo de vuelta a la jaula con mamá y las demás. Cuando me dejó cogió a una de mis hermanas, pero yo le dije que no pasaba nada, que le harían mimos, así que mi hermana se marchó muy contenta. Cuando terminó de revisarnos a todas, mamá nos contó que a esa chica era una veterinaria y que nos miraba para comprobar que estábamos bien. Me gustó Veterinaria, sobre todo sus caricias, pensé que nos llevaríamos bien.

Después nos abrieron la puerta de la jaula y salimos con los demás perros, era la hora de la diversión, de darnos a conocer, pues poco a poco se iban acercando a nosotras para olernos, siempre bajo la supervisión de mamá que primero los olía a ellos.

Se acercó Mimí, era una Yorkshire que hablaba raro, me preguntó si había visto su abrigo, ¿abrigo?, le dije yo, ¿eso qué es?, me miró con cara sorprendida, se dio media vuelta y la vi marcharse meneando el rabo de una forma extraña.

Luego se acercó Tobo, era un galgo muy alto, tanto que tenía que alzar mucho mi cuello para ver lo que había más allá de unas patas finas y largas, muy, muy largas. Al ver mi curiosidad, agachó su cuello y me husmeó, me hizo una caricia en el hocico, entonces pude ver su cara dulce y sus ojos tristes, pero mi madre pensó que estaba demasiado cerca para mí y ladró alejándolo.

El más grande de todos era Dan, un gran danés negro como la noche, al verlo pensé que no era un perro, alguien se debía de haber equivocado pues eso no era un perro, él y yo no éramos de la misma especie, ¡él era un caballo! Mis piernas temblaban conforme se iba acercando a mí, al principio pensé que era porque el suelo se movía cuando sus patas pisaban la tierra y eso hacía que mis piernas temblaran, pero no, mi cuerpo también temblaba, era miedo, solo pude pensar: ¡socorro! Y mis orejas se agacharon haciéndose pequeñas, mi cola desapareció entre las piernas y me meé. Dan se acercó, me olió y lo único que debió oler fue el miedo, pues dobló sus grandes patas y se echó junto a mí, aunque estaba echado era mucho más grande que yo, pero ya no me daba miedo, levanté la cara y vi que me miraba con cierta ternura, le sonreí y él me guiñó un ojo, luego poco a poco me fui acercando a sus patas y me atreví a subirme por ellas, él me dejaba. Cuando estuve a la altura de su cabeza, le di un lametón, él se rió y jugamos juntos un rato, él con mucho cuidado porque sabía que me podía hacer daño, así que era yo la que le mordía la oreja y él se dejaba. Dan sería mi primer gran amigo, con él al lado me sentía segura, era tan grande como su corazón.

Después de esta experiencia volvieron los chicos y poco a poco nos fueron metiendo uno a uno en nuestras jaulas, el día había sido intenso, estábamos todas muy cansadas así que nos acurrucamos junto a mamá, tomamos un poco de su leche y una a una nos fuimos quedando dormidas. 

Pero antes de dejarme vencer por el sueño, pensé que aquel sitio era extraordinario y allí podría hacer muchos, muchos amigos. Ya tenía ganas de que saliera de nuevo el sol, para poder seguir jugando con todos ellos.

2. Mil leches

Ahora empezaremos por el principio, cómo llegué a formar parte de esta familia de humanas.

Todo empezó cuando mi madre Linda que era una preciosa perrita Jack Russell terrier, se fue de vacaciones con sus dueños a Canarias y en aquellas hermosas playas conoció a mi padre, un perro cuyo cruce de razas lo había convertido en un ejemplar único en el mundo. Si os lo tuviera que describir sería bastante complicado, pues yo no lo he conocido y de mi madre solo he conseguido sacar un suspiro y una única palabra para describirlo: ¡guapo! Así que solo os diré que mi padre era un perro muy guapo. Bueno, también sé de él que no tenía dueños, por lo tanto su vida era toda una aventura, no tenía sitio fijo donde dormir, comía los restos de comida que encontraba por los restaurantes y lo único que poseía, era la libertad de ir donde quisiese. No era un perro vagabundo, era un perro libre. Esa libertad y la mezcla de razas hicieron que mi madre quedara rendida a sus encantos, enamorándose perdidamente de él y olvidando a los futuros candidatos de pura raza que la esperaban. Porque aunque no os lo creáis, ¡los perros también nos enamoramos!

Los dueños de mi madre tenían su futuro planeado y este pasaba por unirla con un macho Jack Russell terrier, para criar una hermosa camada con pedigrí que luego venderían. Todo estaba planeado y calculado, excepto el enamoramiento de mi madre. Así que cuando volvieron de sus vacaciones, observaron que mi madre, Linda traía su propio equipaje y ese no sería otro que seis hermosos cachorros, bueno cinco cachorritas y un cachorro. El problema era, que a los ojos de los dueños de mi madre no éramos tan preciosos o más bien tan rentables, pues aunque mi madre tenía pedigrí mi padre no era el esperado, así que dimos al traste con sus planes y tan pronto hicieron cuentas, nos largaron.

Una noche nos metieron a todos en un saco y pensaron durante unos minutos qué hacer con mi madre, pero al final decidieron que ella también estaba incluida en el lote, pues después de haber tenido una camada necesitarían mucho más tiempo del esperado para volver a criar, así que la metieron con nosotros en el saco  que unos minutos después  lanzaron ante la puerta de una protectora.

El golpe fue duro, para qué os lo voy a negar, mamá amortiguó lo que pudo pero sin querer, en la caída, aplastó a una de mis hermanas. Al principio parecía que todo se había quedado en un susto, luego cuando poco a poco conseguimos salir del saco, mi hermana se había roto la patita y no paraba de llorar, estuvimos esperando toda la noche, teníamos frío, pero mamá intentaba cobijarnos a todos y muy juntitos pasamos la noche como pudimos. La aventura no había hecho más que empezar.