2. Mil leches

Ahora empezaremos por el principio, cómo llegué a formar parte de esta familia de humanas.

Todo empezó cuando mi madre Linda que era una preciosa perrita Jack Russell terrier, se fue de vacaciones con sus dueños a Canarias y en aquellas hermosas playas conoció a mi padre, un perro cuyo cruce de razas lo había convertido en un ejemplar único en el mundo. Si os lo tuviera que describir sería bastante complicado, pues yo no lo he conocido y de mi madre solo he conseguido sacar un suspiro y una única palabra para describirlo: ¡guapo! Así que solo os diré que mi padre era un perro muy guapo. Bueno, también sé de él que no tenía dueños, por lo tanto su vida era toda una aventura, no tenía sitio fijo donde dormir, comía los restos de comida que encontraba por los restaurantes y lo único que poseía, era la libertad de ir donde quisiese. No era un perro vagabundo, era un perro libre. Esa libertad y la mezcla de razas hicieron que mi madre quedara rendida a sus encantos, enamorándose perdidamente de él y olvidando a los futuros candidatos de pura raza que la esperaban. Porque aunque no os lo creáis, ¡los perros también nos enamoramos!

Los dueños de mi madre tenían su futuro planeado y este pasaba por unirla con un macho Jack Russell terrier, para criar una hermosa camada con pedigrí que luego venderían. Todo estaba planeado y calculado, excepto el enamoramiento de mi madre. Así que cuando volvieron de sus vacaciones, observaron que mi madre, Linda traía su propio equipaje y ese no sería otro que seis hermosos cachorros, bueno cinco cachorritas y un cachorro. El problema era, que a los ojos de los dueños de mi madre no éramos tan preciosos o más bien tan rentables, pues aunque mi madre tenía pedigrí mi padre no era el esperado, así que dimos al traste con sus planes y tan pronto hicieron cuentas, nos largaron.

Una noche nos metieron a todos en un saco y pensaron durante unos minutos qué hacer con mi madre, pero al final decidieron que ella también estaba incluida en el lote, pues después de haber tenido una camada necesitarían mucho más tiempo del esperado para volver a criar, así que la metieron con nosotros en el saco  que unos minutos después  lanzaron ante la puerta de una protectora.

El golpe fue duro, para qué os lo voy a negar, mamá amortiguó lo que pudo pero sin querer, en la caída, aplastó a una de mis hermanas. Al principio parecía que todo se había quedado en un susto, luego cuando poco a poco conseguimos salir del saco, mi hermana se había roto la patita y no paraba de llorar, estuvimos esperando toda la noche, teníamos frío, pero mamá intentaba cobijarnos a todos y muy juntitos pasamos la noche como pudimos. La aventura no había hecho más que empezar.